martes, 25 de diciembre de 2018

SOBRE EL SIGNIFICADO DE LOS TÉRMINOS "BURGUÉS", "PEQUEÑOBURGUÉS" Y "FILISTEO"


En mis escritos aparecen frecuentemente los términos “burgués”, “pequeñoburgués”  y “filisteo”. Bien puede decirse que en ellos hay más burgueses, pequeñoburgueses y filisteos que en los casinos de pueblo que visitaba a principios del siglo XX el escritor del 98, considerado menor, Eugenio Noel.
            Creo que es necesaria una aclaración sobre el significado de los términos mencionados, pues el sentido en el que empleo los dos primeros no coincide con aquél en el que son empleados, por influencia de la terminología marxista, por muchas personas y el significado en sentido figurado del tercero no es muy conocido, a pesar de la importancia que ha tenido, sobre todo en el área cultural germánica.
            “Burgués” no lo empleo en el sentido marxista de persona perteneciente  a la clase propietaria de los medios de producción, sino en el sentido que podríamos llamar “romántico” o “bohemio”, de persona  “vulgar, mediocre, carente de afanes espirituales o elevados”, que es el que recoge en la acepción cuarta del término el DRAE. El difunto profesor Aranguren hace explícita  mención de esta diferencia semántica al hablar de su experiencia universitaria norteamericana con los movimientos juveniles de protesta de los años sesenta, que tan decisivos fueron en el giro político que tomó su carrera intelectual.
            En el uso habitual de la palabra “burgués” se hace referencia en realidad al carácter de la bourgeoisie ,burguesía en su versión francesa decimonónica: el gusto por el lujo y la ostentación, la riqueza y el refinamiento material. Existe otra acepción, más germánica, del término “burguesía” que se refiere favorablemente a una clase caracterizada por su laboriosidad, meticulosidad, probidad y honradez. Es la clase surgida de la ética protestante del trabajo y de la racionalización de la vida, ideal ético que se ha extendido, o se extendió, también a las clases medias de los países católicos, moralizando o desfigurando, según se mire, la propia religiosidad católica.
            Pero ya he dicho que yo uso el término “burgués”, o “pequeñoburgués”, en su significación despectiva de hombre vulgarmente convencional y acomodaticio, una significación que viene a coincidir con la significación figurada, también de origen germanico, del término “filisteo”, del que luego hablaremos.  
            En sentido estrictamente sociológico, “burgués” no tiene por  qué significar persona rica o adinerada que lleva una vida opulenta, pues como también recoge el DRAE  se llama burgués a lo perteneciente o relativo al burgués, ciudadano de la clase media. Es burgués quien no es aristócrata, obrero o campesino: los empleados de servicios(que formarían el núcleo de la subclase de la pequeña burguesía), los propietarios, grandes o pequeños, y también los profesionales liberales. En este sentido “burgués” no tiene por qué tener una connotación despectiva, como cuando los historiadores hablan de la época de las “revoluciones burguesas” o de la “sociedad burguesa” como opuesta a la del Antiguo Régimen. Incluso puede admitir un matiz favorable, como cuando, literariamente, Goethe escribe unos versos cuyo sentido viene a decir lo siguiente: los nobles se refugiaban en sus castillos, los campesinos vivían apegados al terruño: ¿de quién vendría la más bella educación si no fuera del burgués?; apreciación que podría ser fácilmente adaptada para nuestros días.
            El sociólogo alemán del conocimiento Karl Mannheim estableció una distinción fundamental, que debe ser tenida en cuenta a la hora de hablar de la actitud de la burguesía ante la “cultura” y que alcanzó su realización más plena y exacerbada en Alemania pero que es extrapolable a otros países, entre una burguesía propietaria y empresarial y una burguesía cultivada centrada en ideales relacionados con la educación y la formación, subclases que tienen una visión ideológica de la realidad completamente diferente. Estas dos tendencias pueden desarrollarse simultáneamente en el seno de los mismos grupos, como el de la burguesía o pequeña burguesía comercial y de servicios, produciendo dentro de ellos contradicciones ideológicas. La nefasta preponderancia de la educación tecnocientífica ha propiciado que sectores en principio predispuestos hacia una visión “cultural”  hayan acabado integrándose en la tendencia utilitaria y pragmática en términos alicortos de la burguesía industrial-empresarial. Contra la idea también de Mannheim de los “intelectuales que flotan libremente” por encima de los intereses desu clase de origen se ha opuesto la idea marxista vulgar de que la conciencia de los intelectuales también está determinada por su “ser social”. Contra todo marxismo vulgar yo afirmo que la dedicación a la búsqueda de la verdad histórica, social y filosófica produce un  alejamiento de la propia clase de origen y de sus intereses materiales particulares y contingentes, generalmente mezquinos. Si durante los siglos XIX y XX no hubiera surgido u n grupo de intelectuales socialistas “flotando libremente” de origen burgués y pequeñoburgués, el movimiento obrero no habría surgido nunca y, por supuesto, no habría alcanzado sus éxitos reformistas de carácter economicista. 
            Los términos “burgués” y “pequeñoburgués” en sentido despectivo no son exclusivos de la izquierda, pues también han sido utilizados por la extrema derecha fascista, es decir revolucionaria, y afín al fascismo. Por ejemplo, recuerdo que en una ocasión en que fueron detenidos un grupo de jóvenes neonazis en Alemania, salió en la prensa que uno de los detenidos había declarado que sus padres, que habían sido sesentayochistas, eran “pequeñoburgueses”.
            Los alemanes tienen el mismo término para  designar  al burgués y al ciudadano, “Bürger”, por lo que para distinguir entre la persona centrada en sus asuntos privados y el ciudadano que participa activamente en la “res publica” constitucional tienen que recurrir a los términos franceses “burgeois”  y “citoyen” . Es cierto que en alemán  también existe el término “Spiessbürger” o “Spiesser”, pero es un término abiertamente insultante –no  apto para utilizarse en la ciencia política –para  insultar al pequeñoburgués de mentalidad provinciana y universo ideológico premoderno, pues “Spiess”, que significa lanza, hace referencia al arma con la que los habitantes de los burgos medievales salían a defender su localidad cuando se encontraba amenazada. “Spiessbürger” designa en general al burgués sumido en preocupaciones pragmáticas enemigas del espíritu.
            “Pequeñoburgués”, que tampoco significa el rico de bajo nivel, es un término generalmente despectivo, usado para señalar al burgués de escasos horizontes sociales y espirituales encerrado en la estrechez vital y en la limitación de la dedicación a intereses privados mezquinamente materiales. En otro tiempo, siglo XIX y principios del XX, era frecuente que ese conformismo y “materialismo” práctico se recubriera en la pequeña burguesía con la ideología de un sentimentalismo cursi, “operístico” –si se nos permite la injusta expresión –y un idealismo ramplón, ayudado por una religiosidad miserablemente social, que encubría su pragmatismo y utilitarismo de corto alcance. Pero hoy, como dice Habermas, la conciencia burguesa se ha vuelto cínica, por lo menos en amplios sectores urbanos. No obstante todavía puede observarse entre algunos pequeñoburgueses “retrasados” un humanismo abstracto y totalmente inocuo y la famosa ideología de los “valores”, que no encubre sino su conformismo y su  orientación a los intereses individualista-familiares. Es propio también de la pequeña burguesía, en un diagnóstico más político y marxista, la creencia en que sus intereses sociales y políticos de clase coinciden con los de la burguesía alta reinante en el sistema social.
            Pero “pequeñoburgués” puede utilizarse también en un sentido sociológico descriptivo para designar a los sectores modestos de la burguesía integrados principalmente por pequeños comerciantes, pequeños empresarios, empleados, funcionarios, profesionales liberales de baja categoría, lo que pueda quedar del artesana do, propietarios rurales medianos, pequeños intelectuales como maestros y profesores de secundaria, y sectores asimilables. Es decir, principalmente burguesía modesta dedicada al sector servicios. Desde posiciones, también más o menos marxistas, cabe hablar de una intelectualidad pequeñoburguesa como aquella que vive ajena a los problemas históricos y  sociales o que los mistifica. En general, se puede hablar de una intelectualidad pequeñoburguesa cuando su dedicación al pensamiento y la “cultura” no logra hacerle superar sus condicionamientos ideológicos ligados a una visión alicorta de la realidad.
            El presidente Mao, en uno de sus textos de marxismo “naif” (con esos principios teóricos no me extraña que muchos antiguos maoístas hayan acabado en la derecha e incluso alguno en la socialdemocracia), sitúa entre la pequeña burguesía –formada, según él y en su país en la época de las luchas revolucionarias, por los campesinos propietarios, los artesanos propietarios de talleres, los pequeños comerciantes y las capas inferiores de la intelectualidad nutridas por los estudiantes, maestros de enseñanza primaria y secundaria, funcionarios subalternos, oficinistas y tinterillos –y el moderno proletariado industrial un semiproletariado formado por campesinos semipropietarios, campesinos pobres, pequeños artesanos, dependientes de comercio y vendedores ambulantes.
            El filósofo marxista Georges Lukács separa claramente la crítica que el joven Hegel hace del pequeñoburgués de la misma crítica llevada acabo por los románticos contemporáneos suyos, pues mientras la crítica romántica se basa en motivos estéticos que ensalzan frente al pequeñoburgués tendencias anárquicas y bohemias, y en otra vertiente el mundo feudal y gremial premoderno, Hegel lo que hace es contraponer  el privatismo del moderno pequeñoburgués  a la plena participación en los asuntos públicos del ciudadano libre de la antigua “polis” griega, y no siente ninguna nostalgia de la Edad Media. Pero hoy creer que la participación en lo que se ha dado en llamar “sociedad civil” puede suponer una superación de la estrechez pequeñoburguesa y una radicalización emancipadora de la democracia que lleve a lo que Zapatero y su filósofo de cabecera, Petit, llamarían democracia “republicana” es una completa ilusión, pues la “sociedad civil” hoy no es sino el reino de la teatralidad politiquera o prepolitiquera y un sector del pujante en nuestro mundo mercado de las personalidades.
La ideología de la pequeña burguesía es comúnmente conformista, reaccionaria y timorata, pero en épocas de estancamiento del proceso de lucha de clases o de neutralización de dicho proceso o de un desplazamiento del mismo hacia la esfera internacional que deja de tener, por diversas razones, efectos políticos transformadores es normal que aparezcan diversas formas de rebeldías individualistas, humanismos visionarios, anticapitalismos románticos, irracionalismos antisistema, antifilisteísmos bohemios y estetizantes, espiritualismos contestatarios e incluso mezclas de materialismo y espiritualismo frente al conformismo “burgués”, filosofismos críticos frente a la “alineación” y el “fetichismo” de la mercancía, y otras manifestaciones típicas de los que Engels llamaba “pequeñoburgueses enloquecidos” o del “pequeñoburgués antipequeñoburgués”.Una de esas manifestaciones puede ser también el fascismo revolucionario, aunque las manifestaciones políticamente exitosas de esta tendencia tuvieran lugar en época de acentuación de la lucha de clases. Pero es significativo que numerosos dirigentes de las que algún autor marxista considera formas específicas de la influencia de la ideología pequeñoburguesa en la clase obrera, el anarquismo, el espontaneísmo y  la revuelta putschista, o terrorista como diríamos ahora, entraran a formar parte del “ala izquierda” del fascismo histórico, depurada luego por los partidos fascistas en el poder.
Hagamos una pequeña incursión en el marxismo como método de análisis de la realidad social para detectar algunos rasgos ideológicos de la pequeña burguesía que tienen que ver, precisamente, con su filisteísmo en el sentido no marxista de cortedad de miras espiritual. El autor marxista al que nos hemos referido arriba al hablar de los “pequeñoburgueses enloquecidos”, el politólogo Nicos Poulntzas, distingue tres aspectos fundamentales en la ideología de la pequeña burguesía “normal”:
a)                    Lo que llama”un aspecto ideológico anticapitalista del statu quo”; es decir, por un lado animadversión hacia la “opulencia”, las “grandes fortunas”, pero, por otro lado, como la pequeña burguesía tiene apego a su propiedad y le produce pánico su posible proletarización, prefiere que las cosas se queden como están (satatu quo).Esto se combina, nos dice Poulantzas, con un “igualitarismo” contrario a las tendencias monopolistas del capitalismo y nostálgico de una ilusoria “igualdad de condiciones” de la “justa” competencia.
b)                   Un aspecto ideológico vinculado no a la transformación revolucionaria de la sociedad sino al mito de lo que Poulantzas llama la “pasarela”.Es decir, por el temor a la proletarización y la atracción hacia la burguesía inmediatamente superior a ella, la pequeña burguesía aspira a convertirse en burguesía y lo hace insistiendo en la creencia en la posibilidad del paso hacia arriba de los “mejores” y los “más capaces”.
c)                    Un aspecto ideológico del “fetichismo del poder”, del que , nos dice Poulantzas, ya hablaba Lenin. Al ser una clase aislada económicamente entre la burguesía y el proletariado y equidistante de ambos (de donde surgiría también el “individualismo pequeñoburgués”), la pequeña burguesía tiende a creer en el Estado “neutro”, por encima de las clases , lo que en buena ortodoxia marxista es un completo disparate, porque, como es sabido, para los marxistas el Estado es un aparato ideológico y coactivo completamente al servicio de la clase dominante. La pequeña burguesía espera que el Estado neutro le aporte desde arriba cuanto necesita. La neutralidad, también ilusoria, de la pequeña burguesía entre el proletariado y la burguesía le hace identificarse con un ilusorio Estado neutro que sería “su” Estado. En definitiva, la pequeña burguesía aspira al “arbitraje” social, en el sentido de que quisiera, como ya decía Marx según nos recuerda Poulantzas, que toda la sociedad se volviera pequeñoburguesa. Es de notar que este último aspecto de la ideología de la pequeña burguesía tradicional ha sido sustituido en la actualidad, por influencia de la ideología neoliberal, por cierto antiestatismo, que echa la culpa al Estado y su intervensionismo fiscal de la decadencia de los negocios pequeñoburgueses, cuando lo cierto es que si no existiera un Estado regulador de la economía y dispensador de servicios y garantías sociales, las tendencias monopolistas del capitalismo se comían a la pequeña burguesía en tres telediarios, como se suele decir vulgarmente.
    
           
El sentido figurado moderno del término “filisteo”, fuertemente asociado al de “pequeñoburgués y Spiessbürger, como persona vulgar y pacata hostil a la “cultura” tiene su origen en la Alemania del siglo XVII. El término había sido profusamente usado por Lutero en el sentido, directamente derivado de su significado bíblico, de “enemigo de la verdadera fe”. Pero en el siglo XVII se produjo un desplazamiento semántico por el que “filisteo” pasó a denominar  en la jerga estudiantil “el enemigo del espíritu goliardesco”, es decir enemigo del espíritu de los goliardos, unos clérigos y estudiantes medievales vagabundos que llevaban una existencia irregular dedicada a vivir y cantar poéticamente las excelencias del vino, la comida y el amor. Las poesías latinas compuestas por los goliardos sobre temas amorosos, báquicos y satíricos han llegado hasta nosotros en los famosos “Carmina Burana”, de los que se ha conservado también la versión musical original, y que también fueron puestos en música, en el siglo XX, por Carl Orff en su famosa obra así llamada. “Carmina Burana”. Paradójicamente el término “goliardo” derivó del nombre del gigante filisteo Goliat, para denominar  al que es dado a la gula y a la vida desordenada como seguidor del vicio y del demonio personificado en ese gigante filisteo.
            Goethe tomó el término “filisteo” de la jerga estudiantil para referirse a los “ausentes de la vida del espíritu” y, especialmente, a los “negados a todo sentimiento de poesía”. Sus epigramas o pequeños poemas satíricos llamados “Xenien” querían ser “zorros con la cola en llamas “ arrojados a “las cosechas papelescas de los filisteos”, en alusión a la narración bíblica del sabotaje de las mieses filisteas que Sansón llevó a cabo mediante este procedimiento
            Tras Goethe, los románticos resumieron en la palabra “filisteo” todo lo que es “mezquino, angosto y prosaico” y acabaron identificando al filisteo con el “Spiessbürger”, el “burgués práctico”, encerrado en los aires de suficiencia de su fácil moralismo. El irónico Heine  trató condescendientemente la figura del filisteo, describiéndolo cuando, en domingo, sale en “Sonntagröcklein “[ropa dominguera], se llena los oídos de trinos de gorriones y poética y convencionalmente “begrüsst die schöne Natur” [saluda a la bella naturaleza].
            El poeta romántico Clemens Brentano (no creyente que transcribió las revelaciones privadas de la monja visionaria y estigmatizada Catalina Emmerich, en las que se basa, en parte la película de Mel Gibson  La Pasión) publicó en 1811  El filisteo antes de la historia, en la historia y después de la historia , obra dirigida a los “cristiano-alemanes”, donde se da expresión al tópico romántico del filisteo y que fue acogida triunfalmente. Sin embargo el filósofo Fichte, ese troglodita ético, la recibió muy mal y trató de demostrar que el propio Brentano era el más filisteo de los filisteos; seguramente porque no le gustó que en su obra Brentano considerara al “Yo” como una potencia ética negativa. En esta obra Brentano recorre la historia del filisteo desde los principios de la narración bíblica, asociándolo a la figura de l.ucifer como negación, “uno” o “Yo” que se opone a la unidad universal. Aparece luego en Cam, el hijo maldito de Noé, primero de la estirpe de aquel pueblo que Sansón derrotará y que dará origen a Goliat, vencido por David. Por fin, en la modernidad, aparece como filistea la masa sorda y opaca, desprovista de espíritu, que se propaga por el mundo y siempre se propagará, y ya tenemos al filisteo como el mediocre, el vulgar, el convencional, que se opone y comprende y odia como su polo opuesto al “hebreo”. Brentano satiriza en su obra también a la Ilustración con ganas de filosofar, a todo lo que sujetaba al movimiento romántico, al “entusiasmo patriótico” y al soplo poético. Los románticos alemanes solían llamar filisteo al político prusiano progresista  e ilustrado, como Zapatero, Hardenberg.
            El gran politólogo y teórico del derecho alemán Carl Schmitt en su libro contra el romanticismo político alude a la irónica relación que se estableció entre los románticos alemanes y el filisteo. Dice: “El romanticismo había comenzado satirizando al filisteo; en él descubría la realidad chata y vulgar, el opuesto completo de la realidad superior y verdadera que el romanticismo buscaba. El romántico odiaba al filisteo, pero resultó”, dice Carl Schmitt aludiendo a la asimilación burguesa del romanticismo en la época del Biedermeier, “que el filisteo amaba al romántico”; y añade la inteligente afirmación, perfectamente aplicable a lo que sucede en la vida real cuando un romántico y un filisteo se encuentran para disputarse algo: “y en una relación semejante la superioridad estaba evidentemente del lado del filisteo”.
En el terreno musical, Schumann compuso una serie de piezas programáticas para piano en las que contraponía a los filisteos opuestos a la música romántica con los miembros de la Davidsbund o liga de David, aquellos que se identificaban con el rey David en su doble condición de músico y hombre culto. El hijo de Richard Wagner, Sigfried, que también fue compositor, aunque menos importante que su padre, tiene un poema sinfónico de 1923, una de cuyas partes lleva el título de “La felicidad de los filisteos” y en la cual se trata de describir musicalmente la felicidad o autosatisfacción típica en la que suele vivir el auténtico filisteo.
            El término “filisteo” aplicado a la falta de sensibilidad cultural y a la hostilidad hacia ella pasó a Inglaterra a través de la importante obra de crítica conservadora de la cultura moderna  Culture and Anarchy (1869) de Matthew Arnold. En esta obra Matthew Arnold distingue tres clases en la sociedad moderna a las que critica por igual: los bárbaros (la aristocracia), los filisteos (las clases medias) y el pueblo en general (la clase obrera). La cultura real y la búsqueda de la armonía interior no pueden encontrarse en ningún a de estas clases; sólo está al alcance de un reducido grupo de extraños que pueden brotar en cualquiera de las tres clases, pero que se separan de ellas en la búsqueda de la verdad objetiva y de la perfección humana. Arnold adelanta ya en su obra la idea recurrente en la crítica de la cultura de masas contemporánea de que el conformismo de la clase media es la peor forma de estancamiento cultural. Al parecer, Matthew Arnold encontró consuelo a su pesimismo cultural refugiándose en posturas religiosas.
            Los hebreos Marx y Trotsky, y el tal vez con algún antepasado hebreo Lenin, usaron profusamente el término para designar al burgués o pequeñoburgués que por sus mezquinos intereses materiales no es capaz de elevarse a una visión liberadora de la historia.
            El término “filisteo” también ha sido utilizado por egregios antisemitas, como Richard Wagner, en cuya correspondencia puede leerse la expresión despectiva “¡Juden und Philister!” [judíos y filisteos].
            El historiador francés François Furet ha visto en el odio al filisteo la raíz común, cuya existencia él afirma, de fascismo y comunismo como alternativas, enfrentadas entres sí, al mundo liberal-burgués.
            Schopenhauer, que fue un genuino luchador contra el filisteísmo –incluido el filisteísmo de la filosofía académica –en sus escritos sobre sabiduría vital definió al filisteo como el hombre que carece de necesidades espirituales y que por esa carencia está incapacitado para disfrutar de placeres auténticamente humanos, por lo que termina cayendo en el hastío, del que no le pueden sacar ni el juego de cartas, ni la afición a los caballos, ni los viajes, ni las mujeres,etc., es decir los equivalentes en su época de la actual cultura de masas. Y Schopenhauer pone el dedo en la llaga al señalar que el odio que el filisteo siente hacia la “cultura” tiene su causa, generalmente, en una envidia secreta  que el filisteo trata de ocultarse a sí mismo.
            Nietzsche acuñó el término “cultifilisteo” o filisteo cultural en su Primera Consideración Intempestiva para denigrar al hegeliano de izquierda David Friederich Strauss y su “evangelio de cervecería”, una crítica “dialéctica” del cristianismo que pretendía convertir el Evangelio, mediante la presentación de la Encarnación como símbolo de la identidad entre lo humano y lo divino, en una especie de metáfora de las ilimitadas posibilidades del hombre y su progreso.
            El filósofo marxista Georges Lukács utiliza repetidas veces la expresión “filisteo intelectual” en su magnífica obra El asalto a la Razón para designar al intelectual  que encerrado en su mundo erudito y académico es incapaz de abrirse a los problemas de la gente, dela vida histórica concreta y los relacionados con una sensibilidad política emancipadora.
            En una de mis noches alcohólicas en mi pueblo recuerdo que alguien, no sé quién, que había estado trabajando en Mallorca con alemanes como relaciones públicas, o algo así, me dijo que los jóvenes alemanes siguen empleando como término despectivo la palabra “filisteo” (Philister), lo que me lleno de alegría.
            En resumidas cuentas el filisteo es la persona convencional y vulgar de intereses y aspiraciones miserables, odio secreto a la “cultura” y al pensamiento y mente encerrada dentro de las lindes de su privatismo familiar-profesional, es decir la persona dedicada a lo que ese gran pensador de la normalidad burguesa que fue Freud consideraba precisamente “normal “, el amar y trabajar según las formas convencionales establecidas por la llamada sociedad.
            Pero a la figura del filisteo o burgués en este sentido no hay que oponerle la del “bohemio” , porque esa es su coartada para hacerse creer a sí mismo que el orden y la sensatez están de su parte, sino, para que descubra su auténtica miseria, la del gentleman culto, la del caballero del espíritu, la del que ética, estética y políticamente es noble. Si expresiones como gentleman o caballero o aristócrata del espíritu nos parecen algo ridículas es porque la plebeya burguesía nos ha vencido con su democratismo igualador de todos en la vulgaridad universal. Ante ello hay que cumplir el imperativo orteguiano de desenmascarar y dar caza al filisteo.
            Y repito que no desde la “bohemia”, pues el bohemio es una figura pequeñoburguesa (recuérdese a los Rodofolfo, Mimí y compañía del músico pequeñoburgués por excelencia, Puccini) que sólo ha existido sobre los escenarios teatrales y en las novelas, para solaz y diversión de algún que otro filisteo, como decía don Pío Baroja.

Pero hablemos un poco de los filisteos históricos de la Biblia, pues cuando en las tan traídas y llevadas clases de religión de la enseñanza secundaria me temo que, en la mayoría de los casos,  se imparte fundamentalmente humanitarismo filantrópico y psicologismo sensiblero amoroso, un poco de Historia Sagrada no puede venir mal.
Los filisteos eran, como supongo que se sabrá, un pueblo enemigo de los israelitas, que habitaba un espacio geográfico coincidente aproximadamente, aunque era más amplio, con la actual franja de Gaza, donde, por cierto, los israelíes han confinado a buena parte de sus actuales enemigos, los palestinos, que en algún libro prosionista son llamados precisamente “filisteos”. El nombre de origen griego “Palestina” deriva de la palabra “filisteo” y quiere decir tierra de los filisteos.
El pueblo filisteo estaba organizado políticamente como una confederación de cinco ciudades: Asdod, Ascalón, Ecrón, Gat y Gaza. Algunos han señalado que esta forma de organización territorial hacía a los filisteos estar más desarrollados políticamente que sus vecinos israelitas. Precisamente fue una incursión filistea muy grave que se produjo en tiempos de Samuel, el último de los Jueces del Pueblo Elegido, la que convenció a los judíos de la necesidad de que se unieran todas las tribus de Israel y sirvió de acicate para la constitución de la monarquía unificada, primero en la persona de Saúl y luego en la de David. Alrededor de esta época de la constitución del reino unificado, a la altura del siglo XI a.C., los filisteos eran una seria amenaza para los israelitas. Ello se debió a que los filisteos eran unos enemigos más fuertes que los cananeos o los medianitas y también a que sus ataques desde el oeste se coordinaban con los ataques de los ammonitas desde el este del Jordán.
Todavía en tiempos de los Jueces se produjeron los famosos éxitos de Sansón contra los filisteos, con el primer caso conocido en la historia de ataque suicida. En la historia de Sansón y la seductora Dalila también se refleja el mito eterno del hombre virtuoso llevado a la perdición por los ardides de una bella y perversa mujer.
También son conocidas la luchas de David contra los filisteos, empezando por la victoria sobre Goliat, que ha quedado como símbolo de la superioridad de los pequeños virtuosos sobre los grandes fanfarrones. Pero es menos conocido que David en el transcurso de la historia de sus tormentosas relaciones con el rey Saúl, acudió, para escapar de éste, a refugiarse junto al rey filisteo de Gat. No obstante , tanto Saúl como David fueron encarnizados enemigos de los filisteos a los que trataban con desprecio y soberbia.
Los filisteos, no obstante los continuos ataques israelitas, consiguieron preservar su independencia, hasta que cayeron en manos de Asiria . cuando se produjo la caída del imperio asirio, se vieron sucesivamente sometidos por Babilonia, Persia, Alejandro Magno, los seléucidas –que heredaron siria de aquél –y, finalmente, los romanos. Fue el emperador Adriano quien, tras la revuelta judía de 132-135 a. C.. ordenó que la provincia romana de Judea pasara a denominarse Palestina, el término griego que, como hemos dicho, significa “tierra de los filisteos”.
Algún autor sionista actual ha llamado la atención sobre lo curioso que es el significado figurado moderno de “filisteo”, pues según él, excepto en los campos de la teología y la ética los logros culturales de los filisteos fueron notablemente superiores a los de los israelitas. Tecnológicamente habían aprendido el uso del hierro, no sólo en carros, escudos y espadas, sino en la fabricación de herramientas de faena tales como el arado con puntas de hierro. Las naves filisteas de proa elevada surcaban las aguas mediterráneas y sus caravanas de camellos facilitaban los lazos comerciales entre filistea y Mesopotamia. Pero les faltaba el “espíritu”, ese “espíritu” que tan generosamente se derramó sobre los hijos de Israel y con el que acabarían formando un lío sin igual en la historia.

¿Quién es hoy el burgués, el pequeñoburgués, el filisteo? Decía Marx que el proletariado era la clase universal, pues al romper sus cadenas nos iba a liberar a todos, porque también iba a librar a los capitalistas de la alineación  que, según la dialéctica del amo y del esclavo de Hegel que Marx retoma, también les afectaba a ellos, y partiendo Marx de su profecía “científica” y economicista, pero no cumplida, de que en la última fase del capitalismo todos seríamos o proletarios o capitalistas. Hoy, como se ha dicho varias veces, la nueva clase universal es la pequeñaburguesía, por la sencilla y menos dialéctica razón de que todos, desde los antiguos proletarios hasta los famosetes de la tele, pertenecemos, por mentalidad, gustos, estilo de vida y aspiraciones, a ella. De la rebelión de las masas del periodo de entreguerras denunciada por Ortega hemos pasado al dominio ético, estético, político y espiritual de las masas pequeñoburguesas filisteas.
La expresión más clara del filisteísmo actual es la fe beata en el progreso material y en las maravillas de la tecnociencia. El buen burgués que odia secretamente, o no tan secretamente, a los “intelectuales”, pero siente una admiración rendida hacia científicos y técnicos es un filisteo más grande que los cojones de Goliat. La admiración por los avances científicos de hoy en día no es cualitativamente diferente de la expresada por los dos encantadores carcamales filisteos madrileños de La verbena de la Paloma , don Hilarión y don Sebastián, cuando cantan al comienzo de la obra aquel dúo que dice:
                
-El aceite de ricino
ya no es malo de tomar.
Se administra en pildoritas
Y el efecto es siempre igual
-Hoy las ciencias adelantan
 que es una barbaridad
-¡Es una brutalidad!
-¡Es una bestialidad!
(...)
-Pues el agua de Loeches
es un bálsamo eficaz
-Hoy las ciencias adelantan
que es una barbaridad
-¡Es una brutalidad!
-¡Es una bestialidad!
Etc. 
    
     
Pues los avances de la tecnociencia actual son tan ridículos, según el uso que comúnmente se hace de ellos, como los glosados por don Hilarión y don Sebastián. Los medios técnicos pueden tener su interés si se ponen al servicio de una vida más rica y más amplia, pero son intrascendentes si sólo sirven para lograr una conservación meramente cuantitativa de la vida, para proezas sensacionalistas o para llenarse la cabeza de información basura, y son peor que intrascendentes si sirven para perpetrar fechorías ecocidas. Y hay que observar que el libretista de Bretón, Ricardo de la Vega, se burla del cientificismo del boticario y su contertulio en una época en que estaban teniendo lugar avances técnicos reales, como los primeros pasos de la aviación o el automóvil, tan inauditos para la época como lo son los de hoy día para nosotros.

            Para terminar recordemos el imperativo formulado por don José Ortega y Gasset: ¡hay que dar caza al filisteo!    
                      
           
                                                     

lunes, 24 de diciembre de 2018

EL FILÓSOFO TONTO


Había una vez un filosofo que era tonto porque todas sus equivocadas y vanas aspiraciones filosóficas no le permitieron ascender nunca al mundo de lo ideal inteligible, que es el Bien que nos salva del Mal que significa el mundo sensible.
 Fue precisamente Platón quien dijo, en el libro VII de La República, aquello de que el descrédito había caído sobre la filosofía porque no la cultivaban los bien nacidos sino los bastardos. Vamos a exponer aquí el caso de alguien que siendo intelectualmente bastardo, por no poseer un claro y solvente entendimiento natural, pretendió dedicarse a la filosofía. Que no sean hoy tampoco infrecuentes los débiles mentales como él que tratan de ser filósofos sigue sin duda provocando el descrédito de la filosofía.
 A nuestro filósofo tonto se le encendió la bombilla de querer ser filósofo cuando se dio cuenta de su invalidez para la vida burguesa y de que tampoco se podía salvar personalmente recurriendo a lo literario. En primer lugar, viendo durante su época de bachiller que su inteligencia no le permitía el cultivo de la ciencia físico-matemática, buscó en la filosofía un atajo para llegar a la superioridad del saber. Pero la filosofía no malnacida debe ser la culminación racional de la inteligencia científica efectiva, no una simple cultura ideológica al servicio de la voluntad de compensación psicológica de los débiles mentales. Desde la Antigüedad, los psicológicamente defectuosos buscaron una falsa filosofía, la sofística de la cultura de "humanidades" acumulativa y memorística, que les sirviera de compensación a una incapacidad natural para la ciencia seria y que es el único camino con el que se puede iniciar el salvífico ascenso a lo inteligible.
 Dada esta incapacidad científica del filósofo tonto y comprobada también su ausencia de ingenio literario imaginativo y además su torpeza para lograr claridad y brillantez en el terreno de lo simplemente ideológico, surgió en él el deseo de filosofar como "hybris" del tonto. Pero sus impostadas alas de falso filósofo fueron quemadas por el implacable sol de la seria dificultad de lo que está en juego en la filosofía. Iba a comprobar en su propia biografía que la filosofía exige para su cultivo serio y exitoso un ascetismo de la razón, no el desarreglo bohemio de la mente y de la vida. La filosofía no es una fiesta para sensibilidades turbias y desviadas, sino un duro trabajo para la razón responsable. Además, el tonto seudofilosófico nunca se libró de una grave confusión entre lo literario, lo ideológico y lo filosófico. Y no era el primero en equivocarse buscando en la filosofía un consuelo para deficiencias vitales. Nunca tuvo claro que la filosofía es un recto camino hacia la supremacía de la razón y no las tortuosas vías trazadas por una psicología malograda. Ese camino debe llevar a las relucientes cumbres de la razón y no a las tenebrosas simas de una presunta profundidad del espíritu inaccesible a la inteligencia.
 No en vano creyó el tonto ver despertada su vocación filosófica cuando leía a Nietzsche, ese simple "écrivain", como le llamaba Max Scheler, que a tantos débiles mentales ha seducido y perdido haciéndoles pasar por filosofía una enferma y destructora exaltación de las apariencias sensibles y su sensualidad transfiguradas mediante ese término que provoca la indeterminación irracional total, el término vida. Así, el tonto entendía la filosofía como un subversivo licor para embriagarse de nihilismo gozoso y para alcanzar la intensificación vital que él no podía alcanzar por las justas satisfacciones de una juventud espiritualmente honesta y sana. Y así, hacía uso de una supuesta filosofía como estímulo de una rebeldía sin razón, confundiendo los vapores, que en su caso eran también muchas veces etílicamente no metafóricos, del radicalismo y el entusiasmo adolescentes  con la verdadera filosofía. De esta manera profanaba él, como intelectualmente  mal nacido, el templo de la filosofía y la convertía en un estímulo para sus pobres nervios similar a ciertas músicas desaforadas de las que se hizo adepto, pervirtiéndose en él el secreto esencial inteligible de la música por el goce inmediato de su apariencia sensual.
 Como les suele suceder a los débiles mentales, en su adolescencia le asaltaron vagas inquietudes románticas .Y la confusión mental que ello le producía le hizo albergar la ilusión de estar en posesión de una profundidad de espíritu que siempre sería, pensaba él, un valor de su subjetividad. Aprendió así a oponer desde temprano a la ciencia la profundidad de la "vivencia" de lo individual. Pero las inquietudes románticas eran solo el resultado de tontas, triviales y torpes  pasiones sensuales que por su debilidad mental eran en él más fuertes que en otros adolescentes.
 También como tantos otros débiles mentales psicológicamente mal nacidos, vio en la filosofía un arma contra la religión cristiano-burguesa, esa forma de religión que permite un orden de vida y una racionalización moral de la misma que es condición para alcanzar la serenidad de espíritu que lleva al predominio de la parte buena superior de nuestra alma. La embriagante fruta prohibida que era la filosofía para él le condujo al librepensamiento que hunde y destruye la personalidad en el nihilismo.
 Nuestro falso filósofo era sin duda un débil mental y también un neurópata. Cabe la duda de si se le podría llamar, en realidad, tontiloco. Mezclaba con muy poco discernimiento un milenarismo seudomarxista con un rechazo nietzscheano de la normalidad de los muchos. Todo ello desembocó en una incapacidad para el estudio sistemático de la filosofía que no pudo menos que conducirle al fracaso y a una creciente confusión mental. Terminó en una seudofilosofía que exaltaba todo lo irracional, lo transitorio de lo corporal sensible bajo la forma de su inmediatez placentera, el desarreglo emocional y la intuición confusionista. Pero daba igual, porque su debilidad mental tampoco le permitía expresar en una obra coherente y acabada este irracionalismo maléfico. Siguió pensando, como consuelo seudofilosófico de su incapacidad creadora, que era algo espiritual esencial una supuesta superioridad del contenido interior en su profundidad frente a la exterioridad de las formas.
 El desenlace de la historia de este filósofo tonto puede consistir perfectamente en que su alma no sobreviva a su cuerpo, pues puede haber perfectamente una inmortalidad del alma condicionada al desarrollo d e nuestra parte intelectual y al predominio de ella sobre nuestro ser sensible para el ascenso al reino de lo eterno inteligible. Esto se consigue mediante el conocimiento racional, primero de la ciencia natural matematizada y luego mediante la verdadera filosofía que hace tomar conciencia del ser ideal, que es el único objeto posible de esa ciencia y que nos salva de la contingencia perecedera de nuestro ser sensible corporal.
 El único problema real de la filosofía es el de la oposición entre lo sensible y lo inteligible y la posible primacía ontológica y de trascendencia ética y existencial crucial de lo segundo sobre lo primero. La renuncia de la filosofía del día a seguir investigando una razón que pueda despegarse totalmente de lo sensible constituye una auténtica "traición de los clérigos".
 Nuestro filósofo tonto nunca pudo moverse por el reino de lo inteligible puro pero tampoco servía para triunfar en la vida con sus placeres y negocios. Por eso quedó en una tierra de nadie donde tristemente existía como lo que era: tonto, fracasado y neurópata.

                

PRESENTACIÓN


El autor del presente libro ha decidido ofrecer en él un conjunto de pensamientos, críticas de la vida, de la cultura y de la filosofía y desahogos sin duda personales cuyo carácter de potpurrí, seguramente indigesto para estómagos acostumbrados a la literatura decorativa o a la filosofía circunspecta, no vamos a negar aquí. Sin duda, a muchos les parecerá que estamos ante un ejercicio de sinrazón vital: las contradicciones, los exabruptos, las opiniones sin justificación, los errores de diletante o de algo peor, las ingenuidades -que seguramente también las hay-, las ideas peregrinas, las provocaciones y en general la falta de circunspección intelectual así lo pueden hacer pensar.
            En especial reconocemos las contradicciones que en este libro se hallarán. Pero la no-sitematicidad llevada hasta el extremo de la autocontradicción es un factor irrenunciable de la existencia singular sinceramente expresada. La contradicción en su elementalidad sentida no reducible a orden lógico dialéctico ninguno es ingrediente genuino de la vida.  
Justamente, lo que pretendemos es ejercer la comunicación de una perspectiva viva en la que la no-identidad del autor y la dispersión y fragmentación de los contenidos no sea , una vez más, un mero lema a la moda, sino una efectiva realidad de esa vitalidad de la perspectiva y su comunicación. Queremos dejar testimonio de una individualidad espiritual, pero no porque su perspectiva vital sea una más que como cualquier otra tenga el “derecho” democrático  a ser expresada, sino porque sabemos que se trata de una perspectiva singular que tiene el privilegio de ser depositaria del valor vital de lo no-vulgar, y por tanto no es solo poseedora de un valor simplemente psicológico para el interesado profesionalmente o como aficionado, o por razones de cercanía personal al autor, en lo desviado, peregrino o patológico. Cuando hoy domina por doquier la cosificación ideológica marcada por distintos tipos de vulgaridad partidista , nosotros ofrecemos una perspectiva, desde luego tampoco sometida a la cosificación de lo sistemático, cuya objetivación cultural es valiosa vitalmente y espiritualmente por ser esa perspectiva efecto de la singularidad no vulgar de alguien que la mantiene como “existente” , por emplear el término procedente de Kierkegaard.
            Los maestros cantores académicos podrán encontrar en estas páginas múltiples motivos para descalificarlas y reírse de ellas. Estos maestros cantores no son los mantenedores de la integridad y corrección de ninguna tradición sagrada, sino que son solo una comunidad esotérica profesoral  que actúa como lastre de todo pensamiento que quiera ser auténticamente crítico y creativo. La proliferación cancerígena del conocimiento histórico y filológico del pensamiento ya acontecido hace que este problema que representa esta comunidad académica sea hoy mucho más grave que en los tiempos en que Nietzsche publicó su segunda consideración intempestiva , dedicada a arremeter contra la parálisis vital provocada por la supremacía del conocimiento académico del pasado.
            Frente a la posible fiscalización de nuestro pensamiento por los maestros cantores académicos, nosotros nos quedamos gustosos con la mala filosofía que nos expresa y es mantenida vitalmente, como “existentes”, y les dejamos a ellos la buena filosofía para que sigan demostrando lo inteligentes y circunspectos que son. Pueden decir que nosotros, en nuestra justificación “psicológica”, somos débiles mentales, mientras que la potencia de la inteligencia que levanta toda la morralla psicológica para llegar a la “cosa misma” está de su parte. Les dejaremos tranquilos si creen ellos realmente que con su inteligencia raciocinante dedicada a los comentarios de especialización hermenéutica o a la proliferación sin medida de interpretaciones y reinterpretaciones son los representantes de una perspectiva universal libre de toda contaminación por lo “simplemente ideológico”. La inteligencia es una contingencia psicológica que ni por sus resultados históricos ni por un supuesto proceder autofundante suyo puede reivindicar para sí un acceso privilegiado a la verdad de la “cosa misma” que le estaría vedada a la contingencia psicológica de la debilidad mental fervorosa del sentimiento y del deseo y que reivindica lo elemental anti-intelectual.
            Nos quedamos gustosos con lo “simplemente ideológico” y les dejamos a los maestros cantores académicos los circunspectos asuntos de “filosofía primera”, que nosotros no tendríamos inconveniente en despachar con un naturalismo de sentido común. Son los problemas “simplemente ideológicos”, como problemas reales y rastreables en su empiricidad social y cultural y como problemas que no son resultado del simple poder de abstracción llevado a sus últimas consecuencias para el lucimiento de la propia inteligencia, los que verdaderamente requieren la lucha vital cultural, la búsqueda incansable, la profundización en medio del fluir de las opiniones.
            Pero aunque lo que nosotros escribimos no tiene ningún valor académico y estamos seguros de que se encontrará con la rechifla más que con la oposición de los Wagner de turno ( me refiero al personaje del Fausto de Goethe, no al compositor) que se avergüenzan del sentimiento y de la vida, tampoco en ello hemos caído en las superficialidades y simplonerías de los literatos cuando se meten a arreglar el mundo. Nuestra perspectiva es singular, no vulgar y no alienada de nuestra existencia como teoría con pretensión de universalidad. Esa es nuestra “verdad subjetiva”, por decirlo nuevamente con Kierkegaard, de la que tenemos evidencia vital y de la que no nos sacarán todos los maestros cantores académicos del mundo.
            Ni que decir tiene que hemos decidido no seguir el famoso dicho de Ortega según el cual “o se hace ciencia, o se hace literatura o se calla uno”. Aquí hemos hecho algo que también podría reivindicarse apelando a otros momentos de Ortega, más integrados en el sentido total de lo que él mismo hizo: hemos hecho expresión de nuestra perspectiva individual, dando rienda suelta a la comunicación de nuestras evidencias vitales, válidas para nuestra situación particular en una circunstancia del mundo. Ortega en buena parte de su obra también hizo esto, expresar su perspectiva contingente y no autofundable dentro de la realidad social y cultura de la España y la Europa de su tiempo, pero también pretendió hacer ciencia ontológica de la vida, en la parte más enfáticamente filosófica de su obra, donde trató de ofrecer las “estructuras” constantes y universales del sentido de todo vivir humano posible. Pero este intento de decir en qué consiste el vivir en general es un modo residual de “esencialismo” de la vida y una colonización filosófica de la vida que también maltrata su inaprehensibilidad por el concepto, su ser irreductible a universalidad. Hacer ontología de la vida es ya salirse de lo que el existente puede asumir como directamente vivido, como no alienado de su existencia, y elevarse a la falsedad y cosificación de lo universal que se enseñorea de la particularidad vital, de su radical no-identidad.
En lugar de demorarnos en una filosofía que descubra el necesario ser en una perspectiva para poder ver el mundo y señalar lo que de ello se desprende para la vivencia de la verdad y para el compartirla intersubjetivamente, lo que hacemos es situarnos directamente en nuestra perspectiva particular contingente, mirar el mundo desde ella y expresar lo visto así en evidencia vital, es decir, no universalizable pero constituyente de nuestra verdad subjetiva , de la que no podemos escapar para elevarnos al punto de vista objetivo universal de ninguna doctrina filosófica depurada de subjetividad contingente. El que quiera hacer otra cosa que haga lógica o ciencia matemática de la naturaleza, porque todo lo demás es “psicología”, concurrencia de las perspectivas individuales.
Si se quiere hacer ciencia filosófica, a partir del “ser ideal” y la imposibilidad lógica de naturalizarlo (por el conocido argumento de que hacerlo presupone la validez lógica ideal de los juicios mediante los que ello se intenta) o a partir de los “modos de darse” universales y necesarios de las “cosas mismas”, no podemos llegar a los contenidos reales y concretos de la vida y la cultura ni a su sentido particular fáctico. Para ello hay que descender a lo material y contingente de la psicología, lo social, lo político, lo histórico, la cultura sofística y la ideología. Y eso es lo que nosotros hemos hecho. Y hay que utilizar las ideas que se encuentran fácticamente conformadas en medio de todo ello, y no es posible cambiar, como pedía Husserl, los poco fiables “billetes grandes” de esas ideas por  la “calderilla” contante y sonante del proceder descriptivo meticuloso que nos ofrece la verdad en  la originariedad de su darse a la conciencia. La calderilla husserliana no es otra cosa que el conjunto de trivialidades abstractas en las que resulta la descripción, según  términos de alcance ontológico, de la experiencia inmediata, calderilla que no sube de rango por la operación de presentar tal descripción como poseedora de valor “trascendental”, lo cual es una operación consistente meramente en marcar arbitrariamente el énfasis filosófico y no puede ser justificado por ninguna mostración de lo que la experiencia inmediata es originariamente.
Tampoco vamos a negar que lo que contiene este libro es un conglomerado de apreciaciones ideológicas y filosóficas producidas por la mente de un “pequeñoburgués enloquecido”, como diría Engels. Precisamente por eso, lo aquí dicho no corre el peligro de tener ninguna influencia sobre lo práctico-material de la historia del mundo que pudiera venir a continuar la nefasta tradición de las ideologías con pretensiones de dominio del mundo, que tantas catástrofes abyectas causaron en el siglo XX, y también por ello lo aquí dicho queda circunscrito al campo de una cultura personal privada que busca su expresión exclusivamente por un interés de autoafirmación individualista inmune frente a todo peligro de malinterpretación comunitaria que vuelva a llevar a aventuras prácticas de transformación del mundo, cuyos resultados ya se sabe cuáles han sido. Si las evidencias vitales fueran a tener traducción en acciones que desbordaran el estricto ámbito pre-político de las relaciones psicológicas y las preferencias culturales privadas sería obligatorio moralmente someterlas a un férreo control pragmático. Pero nuestras evidencias vitales solo pretenden tener traducción psicológica en el ámbito de nuestra cultura privada y alcanzar expresión, como hemos dicho, solo con fines de autoafirmación individualista.
Que nuestra perspectiva vital tiene relevancia y valor como para decidir su objetivación cultural en este blog es algo que ya no se puede argumentar sino que es ya solo objeto de una evidencia vital que privadamente tenemos y que ofrecemos por si alguien puede llegar a compartirla con nosotros. Si ello no es posible la seguiremos teniendo en solitario.
Sin duda estos escritos configura la expresión de una fisonomía espiritual contradictoria, confusa e informe, pero con esa expresión seguimos el imperativo también orteguiano de ser fieles a nuestro punto de vista, de resistir la “eterna seducción” de cambiar nuestra retina por otra imaginaria, lo cual es ejercicio de verdad como “coincidencia del hombre consigo mismo”. Y con ello estaríamos viviendo efectivamente un “aspecto del mundo”, el aspecto que el mundo adquiere ante nuestra mirada situada en perspectiva y que nadie más que nosotros puede descubrir. Con esta idea de verdad, lo que se vuelve problemático no es la coincidencia de lo captado por la perspectiva individual con el punto de vista supraindividual del racionalismo, sino la relevancia y el valor de cada una de las perspectivas individuales, el que nuestra perspectiva individual aporte algo cuya comunicación cultural sea relevante y valiosa. Que nuestra perspectiva lo aporte es algo que tendrá﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ar el lector, pero en todo caso a de las perspectivas individuales , el que la comunicaci de una evidencia vital que pá que juzgar el lector, pero en todo caso si nosotros la comunicamos es porque tenemos la evidencia, que solo puede ser tenida estando de hecho en la perspectiva juzgada en su valor, de que sí lo hace. Esta evidencia vital, no asegurable como evidencia puramente objetiva del intelecto sin perspectiva individual, es la justificación última de la publicación de estos escritos.